Secuelas del terrorismo

Fue la Guardia Civil la que detuvo a aquel terrorista que en abril de 1990 quería alcanzar la ciudad de Sevilla para colocar en unos grandes almacenes del centro una carga explosiva. Se llamaba Parot. Fue la Guardia Civil la que años más tarde, detuvo en la misma ciudad a quienes suministraban explosivos al comando que acababa de cometer un atentado en Sevilla y se disponía a seguir su itinerario por toda Andalucía. Y así podríamos seguir relatando sus acciones para detener terroristas y autores de delitos muy graves, desde agresiones sexuales a blanqueo de capitales, y enumerar los atentados que ella misma y sus familias han sufrido. Aquella foto de un guardia civil con una niña en los brazos, tras una explosión en la casa cuartel, son de las que no se olvidan.

Y es a esta Guardia Civil, la que todos los días se juega su vida en las carreteras y en las zonas rurales, a la que agreden en Alsasua, hace unos días, unos individuos porque la consideran enemiga del pueblo y desean que se vaya. El pueblo tendría que haberse echado a la calle a defender a esos guardias y a quienes estaban con ellos. Pero ese miedo, como narra Fernando Aramburu en su obra “Patria”, a ser señalado, el miedo a ser identificado como no simpatizante de quienes impusieron el terror es una de las secuelas del terrorismo y el odio, también. Prueba de esto último son las iracundas palabras de sus simpatizantes y amigos, desde instituciones de esa democracia a la que tanto combatieron.

La banda terrorista no comete atentados desde hace cinco años. Es un gran alivio, pero además de no olvidar el inmenso dolor que ha dejado, además de exigir que por ello pidan perdón, debemos guardar la memoria de los hechos, es decir la historia de décadas de terror porque eso significa que fueron hechos que merecieron y merecen condena. Y hoy no los queremos olvidar.

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