Algunos medios se hacían eco hace unos días de los resultados de un estudio sobre la incidencia de la calidad del profesorado en el rendimiento académico de los alumnos. Como es lógico, el trabajo avalaba la convicción general de que un buen profesor mejora el rendimiento de sus alumnos y que lo hace además en proporciones considerables.
Ahora bien: ¿cómo se hace un buen profesor? Seguramente en la docencia hay un componente vocacional que no debe de ser desdeñado. Y es posible que de ahí se derive la actitud precisa para ser un buen docente. Pero también hay un imprescindible componente formativo del que se deriva la aptitud para la docencia.
La selección y la formación inicial y permanente del profesorado es clave para el éxito de cualquier sistema educativo. Ahora que se pretende alcanzar un pacto de estado social y político por la educación es buen momento para reflexionar sobre la formación y la selección de nuestros docentes y considerar experiencias y propuestas como la relativa a la implantación de programas formativos, similares al aplicado con éxito para las especialidades en ciencias de la salud, sistema MIR, por ejemplo, que lleva en funcionamiento con buenos resultados desde hace casi cuarenta años.
Suele afirmarse que en educación el gasto es inversión. Invirtamos, pues, tiempo y recursos en la formación inicial y permanente de los docentes y contribuyamos con ello a la mejora del rendimiento del sistema educativo, hasta hoy lastrado por un índice considerable de abandono y fracaso escolar.
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