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Velamos por los derechos de todos los ciudadanos ante las instituciones públicas españolas

Acto de presentación de “El Libro del Defensor del Pueblo”

Acto de presentación de “El Libro del Defensor del Pueblo”

INTERVENCIONES DE LA DEFENSORA DEL PUEBLO, SOLEDAD BECERRIL, Y DE VICTORIA CAMPS, CATEDRÁTICA DE FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA 


INTERVENCIÓN DE LA DEFENSORA DEL PUEBLO

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La institución del Defensor del Pueblo ha evolucionado, como es natural, a lo largo del tiempo. Las administraciones públicas se han extendido y llegan a toda clase de servicios; leyes y reglamentos forman, a veces, bosques impenetrables. Los ciudadanos se dirigen al Defensor con problemas distintos a los de hace años, aunque tengan orígenes similares en sanidad, educación, vivienda…Y han aflorado otros, como sentirse engañados por actuaciones de entidades financieras o el rechazo a esperar largo tiempo la respuesta de una administración que nunca llega. La grave situación de refugiados, que huyen de países en guerra y quieren entrar en la U.E. y las condiciones de los mismos en los campos, es también un hecho para el que ni España ni la U.E. estaban preparadas.

Y, por encima de todo, se ha acrecentado el conocimiento sobre los derechos que tienen las personas en una democracia.

UN POCO DE HISTORIA

El Defensor debe su nacimiento en España a quienes introdujeron la institución en la Constitución de la Concordia, como la quiso denominar Adolfo Suárez, y luego a quién fue su primer titular, Joaquín Ruiz Giménez, que diseño toda la organización y estableció los procedimientos. Álvaro Gil Robles, fue el Defensor posterior, autor de un fundamental estudio sobre el Defensor y sobre la ley que lo regula. Después Fernando Álvarez de Miranda la extendió a países iberoamericanos que han seguido nuestro modelo y Enrique Múgica, posteriormente, defendió con energía las competencias de la institución ante intentos de restárselas. La última persona, por tanto, en llegar a esta casa como Defensora es deudora de todos los que la precedieron (y de María Luisa Cava de Llano que fue Defensora en funciones dos años) y, de todo el trabajo realizado por ellos y por quienes aquí han trabajado y lo hacen hoy. Quiero reconocer que en la labor del Defensor juegan un papel muy importante los adjuntos, Francisco Fernández Marugán Y Concepció Ferrer. Y Fundaciones, ONGs, Asociaciones, la Agencia de NN.UU. para los refugiados, son fundamentales en nuestro trabajo pues nos hacen ver determinadas situaciones y hechos.

Esta es una institución cuya labor no concluye nunca; siempre habrá que observar que repercusiones tiene una ley, una decisión, sobre una persona o sobre un grupo, en un determinado momento…Y hará las recomendaciones necesarias para modificar aquello que crea no conforme a derecho, y ejercerá su función con independencia, pero no será neutral.

Nuestra institución no es, por tanto, aquella que expresa muchas satisfacciones o felicitaciones. Expresamos quejas, decimos lo que falta, lo que duele, lo que echamos de menos. La queja es una forma de expresión universal: está en la Biblia, en el teatro griego, en la literatura medieval, en el barroco, en la poesía de todos los tiempos, desde Manrique a Cernuda… y en las artes está muy presente. Nuestro trabajo es hacer llegar esas quejas a las administraciones, tras ver cuánta razón hay en ellas y cuanto derecho, con fundamentos y firmeza. Nuestra función es la defensa de toda aquella persona que se siente no defendida en sus derechos o a quien se le impide el ejercicio de sus libertades. Y es, también, prevenir que no existan malos tratos, humillantes o degradantes en ningún lugar y circunstancia.

 DATOS 2016 Y ASUNTOS MAS RELEVANTES

– Actuaciones año 2016. Las quejas y actuaciones de oficio

distribución de actuaciones por áreas durante 2016

– Atención al ciudadano en el 2016 

número de ciudadanos atendido en el Defensor del Pueblo, según el medio de acceso, durante el añao 2016

 

– Administraciones entorpecedoras. No contestan

LA DEMOCRACIA Y EL PAPEL DEL DEFENSOR

Las quejas que los ciudadanos nos hacen llegar y lo que nosotros observamos son indicativos de hechos, sentimientos y opiniones que, al ser transmitidas a las administraciones o bien cuando informamos en las Cortes Generales constituyen un mensaje, una señal, de que hay algo que está mal, que debe ser estudiado y enmendado.

La democracia representativa es el sistema que más derechos y mayores libertades puede reconocer. Es el sistema cuya clave, la separación de poderes, no ha sido superada por ningún otro. Y es aquel que puede ser revisado, reformado o denunciado sin convulsiones, sin apartar a quienes están disconformes ni acudir a caudillajes. Es el sistema que vale la pena ser defendido y mantenido. Y esta institución contribuye a ello.


INTERVENCIÓN DE VICTORIA CAMPS, CATEDRÁTICA DE FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA

Victoria Camps

Excelentísima presidenta del Congreso de los Diputados, presidente del Consejo de Estado, defensora del pueblo y otras autoridades, señoras y señores. Lo primero que quiero decir es que para mí es un honor y un placer estar aquí, para presentar este libro. Le agradezco mucho a la defensora del pueblo que haya pensado en mí para hacer esta presentación y esta reflexión sobre lo que se dice en el libro.

El libro es precioso, está hecho con una edición muy cuidada, muy exquisita, con unas ilustraciones, además de los textos, de pintores españoles, iberoamericanos, referidas a algunos de los artículos de la Declaración de los Derechos Humanos. Es un libro que tiene una gran voluntad de explicar bien en qué consiste la figura de la institución del Defensor del Pueblo, y hacerlo de una forma muy didáctica.

Barriendo un poco hacia mi profesión, diría que se nota que el redactado es de un filósofo. Es un filósofo que tiene la cabeza muy bien estructurada, una gran capacidad de síntesis, y que además tiene lo que Ortega y Gasset decía que era la cortesía del filósofo, que es la claridad de exposición.

Le decía hace un momento antes de entrar, a la defensora, que sería bueno que este libro, que es una edición de lujo, sería bueno hacer otra más de divulgación para llevar a otros ámbitos, sobre todo a centros escolares, a centros educativos, porque seguramente no tenemos un texto que explique de una forma tan sencilla y tan completa en qué consiste una institución como la del Defensor del Pueblo.

Voy a explicar un poco cómo se articula el libro, y luego quiero hacer una reflexión un poco más profunda sobre la importancia y la necesidad de mantener, de cultivar y de perfeccionar la institución del Defensor.

En el libro se habla en primer lugar de la evolución de la figura, que empieza con el Ombudsman de los países escandinavos, y luego es copiada e imitada en países europeos, iberoamericanos y del resto del mundo. Es una figura que tiene éxito y que hoy la tenemos en muchos países.

Hace pocos años que tenemos un Defensor del Pueblo Europeo: creo que eso, el hecho de que se haya ido reproduciendo esta institución, es una muestra de la importancia y la necesidad que tiene. La función del Defensor se puede definir de una forma muy general y, al mismo tiempo clara, como la protección de los derechos humanos. Protección de los derechos humanos con el fin de establecer un puente entre la ciudadanía y la administración. Y se utiliza, para explicarlo, algo que está dicho en la presentación que hace de la institución el Defensor del Pueblo Europeo.

La función del Defensor del Pueblo es luchar contra la “mala administración”. Me ha gustado esa expresión, que no rehúye la autocrítica. Es una expresión muy clara que pone de manifiesto la dificultad inherente a tener que aplicar unos derechos fundamentales a través de una administración, que nunca es perfecta y que, por lo tanto, tiene que hacer un trabajo de pensar sobre sí misma, de reflexionar. Y en eso tienen que ayudarle otros organismos como el Defensor del Pueblo.

En la presentación que hace el Defensor del Pueblo Europeo, hay un código ético. No soy muy partidaria de los códigos éticos, porque pienso que acaban siendo declaraciones de principios que no sirven para nada, o sirven muy poco si no van acompañados de una voluntad clara de aplicarlos y de hacer un seguimiento. Pero he echado un vistazo a ese código y he visto que ahí se señalan unos valores considerados como fundamentales de la institución del Defensor. Me han gustado esos valores. Son cuatro: la integridad, la objetividad, el respeto y la transparencia. Cuatro valores que reflejan muy bien cuál debería ser la función de las administraciones, que el Defensor tiene que vigilar.

La integridad, es decir, la coherencia entre los principios fundamentales que están recogidos en las constituciones políticas, y la labor de la Administración. La objetividad: si necesitamos un servicio público llevado a cabo por funcionarios, es para preservar el no partidismo que se le supone a la función pública, y, por lo tanto, su imparcialidad. El respeto a las personas. Es un valor que muchas veces tenemos olvidado, del que se habla poco y que, sin embargo, es fundamental para la convivencia democrática y para el buen funcionamiento de las instituciones y para la confianza de los ciudadanos con respecto a las instituciones.

Tenemos que pensar que la palabra respeto viene del latín respicere, que significa volver a mirar. Ese volver a mirar no es un hábito de la administración. Tener en cuenta que las administraciones deben ser respetuosas en el trato con los ciudadanos, creo que está muy bien expresado en ese valor del respeto.

Y, finalmente, la transparencia, que es un valor en alza en estos momentos. Es un valor en el papel y en la voluntad de ser transparentes por parte de las instituciones públicas. Habrá que ver qué da de sí y si realmente la publicidad, el poner al alcance de la ciudadanía lo que se está haciendo desde el sector público, realmente consigue el objetivo de lo que anuncia el valor, que es responder a los requerimientos de la ciudadanía.

Se insiste también en el libro en que la figura del Defensor del Pueblo atiende sobre todo a los más vulnerables. Cuando hay fallos en la Administración, esos fallos se ceban en los que necesitan más protección, porque son los que a su vez necesitan más administración pública, y son los que sufren de una forma más clara los déficits de atención de las administraciones: los niños, los ancianos, las personas con discapacidad, los presos, ahora los refugiados.

Un último punto que también está muy bien reflejado en el libro y en el que me querría extender un poco más, es el que expresa que la vigilancia y el control que tiene que llevar a cabo el Defensor, no es jurisdiccional, no es tampoco vinculante. Es un control que no tiene capacidad de coacción, como sí la tiene la ley o el derecho. Consiste en dar opiniones, en recomendar, en hacer sugerencias, en recordar aquello que deberíamos saber y de lo que parece que no nos acordamos. El Defensor carece de poder coactivo, pero sin embargo tiene un poder basado en la auctoritas. Hay que decirlo en latín, porque parece que la palabra tiene todo su poder y todo su esplendor. Es la autoridad moral.

Una auctoritas determinada en gran parte por la independencia de la institución, y eso también se subraya y creo que es importante decirlo. Algo que en nuestro país nos cuesta mucho llevar a cabo de una forma correcta, es decir, conseguir que haya nombramientos, instituciones que realmente respondan a esa independencia. Parece que el procedimiento debería conseguirlo. Es el Parlamento el que nombra a estas instituciones, porque en el Parlamento está representada la ciudadanía. Sin embargo, todos somos testigos y sabemos lo que cuesta que los grupos políticos nombren a una persona por su prestigio y méritos y no por otras razones menos nobles.

A propósito de la independencia, he dicho muchas veces que seguramente el procedimiento de elección es importante, pero no es condición suficiente para garantizarla. La independencia de la figura se la gana la figura. Son los defensores del pueblo los que con su trabajo, con su buen hacer, demuestran su voluntad de independencia. Los nombre quien los nombre.

Quería hacer una reflexión un poco más filosófica, más profunda, sobre esa auctoritas que califica al Defensor del Pueblo, que, como he dicho, significa una autoridad moral, que está formalmente legitimada, pero que hay que ir ganando con la buena práctica y con el convencimiento de que es una institución importante y necesaria, porque está en el terreno de la moral.

He dedicado toda mi vida profesional a reflexionar sobre qué es eso de la ética, y me he encontrado muchas veces con esta cuestión, que es análoga a la que nos plantea la institución del Defensor del Pueblo. El problema es explicar para qué sirve una institución que no tiene un poder coactivo, que solo puede aconsejar, recoger quejas, que no tiene un poder ejecutivo. No tiene capacidad sancionadora. Y, sin embargo, tenemos que decir lo mismo que decimos de la ética: la reflexión ética siempre es necesaria, como lo es el intentar profundizar sobre lo que significan y deben significar los derechos fundamentales, que son unos principios éticos, porque son también ellos mismos el fundamento del derecho.

¿Por qué es necesaria, por qué es importante la figura del Defensor del Pueblo? En primer lugar, porque administrar bien la protección de los derechos humanos, que es lo que deben hacer las administraciones públicas, no es fácil. Es una cuestión de conocimiento, hay que conocer bien cuáles son los derechos, cuáles son las leyes que derivan de esos derechos. Hay que tener ese conocimiento, esa competencia clara, pero al mismo tiempo hay que tener voluntad y experiencia. Es un saber hacer que se adquiere con la voluntad de hacer bien las cosas. A ese saber práctico los griegos lo llamaron frónesis, mal traducida entre nosotros por “prudencia”, porque prudencia ya significa otras cosas, a veces significa una excesiva cautela, y nada más que eso.

Los griegos pensaban que la frónesis era una virtud cardinal, como luego dijo el cristianismo al hacerla suya, porque consistía en ese saber práctico, y no solo teórico, que determina que las cosas se hagan bien. Aristóteles ponía el ejemplo del juez. El mejor juez no es el que conoce mejor la legislación, que también debe conocerla, es el que la sabe aplicar bien, el que hace las mejores sentencias. El mejor médico, decía también Aristóteles, no es el que científicamente es una eminencia, como se dice en un lenguaje popular, sino el que sabe curar al enfermo, el que hace el diagnóstico y el tratamiento adecuados. Y lo mismo el buen político: es el que sabe tomar la decisión correcta.

Ese saber práctico se adquiere con el tiempo y se adquiere con la cooperación de mucha gente, de la ciudadanía para empezar, pero también de instituciones como la del Defensor. Creo que con sus advertencias, con sus sugerencias, el Defensor contribuye a poner el foco en las lagunas de ese saber práctico. Los que están en la inercia del día a día a lo mejor no ven cosas que una mirada desde fuera, una mirada independiente, es capaz de ver.

Otro punto que creo que marca la importancia y la necesidad de una institución como la del Defensor es la cercanía al ciudadano. El Defensor es por definición alguien que escucha, y que escucha a los que no se sienten bien amparados por la legislación, o no se siente reconocidos socialmente, porque son los que menos voz tienen, los que menos se pueden hacer oír. Esos acuden o pueden acudir finalmente al Defensor.

El Defensor actualiza, ejecuta de algún modo, el reconocimiento del ciudadano que se siente desamparado. La ciudadanía no solo necesita justicia, necesita también reconocimiento, un reconocimiento que puede proporcionar la legislación, puede ser un reconocimiento jurídico, lo proporciona también la familia, porque es más cercana al individuo, y lo proporcionan otros agentes sociales, un reconocimiento social. Es un reconocimiento social. Creo que ahí también se sitúa la figura del Defensor: atender a quejas, atender situaciones que la Administración desatiende. El Defensor, con su reconocimiento,  acude a suplir fallos de la Administración.

Y finalmente, esa función de vigilancia que a veces, en una época en que tendemos a rechazar todo aquello que suena a coacción, a represión, a control, parece que nos estorba, pero, sin embargo, es un hecho que la democracia no puede funcionar bien si no es efectivo el control de los distintos poderes.

Muchas veces nos referimos a la clásica separación de poderes, como algo que no acaba de materializarse del todo, y que, por lo tanto, tiene deficiencias. Por eso hacen falta otros controles, otras formas de vigilancia. Son esas instituciones independientes que vigilan y denuncian con valentía las malas prácticas. Hay que subrayar aquí la valentía, el valor para denunciar lo que, en otros casos, los organismos competentes que deberían hacerlo, no se atreven a hacer.

Pienso que las instituciones independientes, de las cuales el Defensor es un ejemplo, pueden actuar con valentía, precisamente porque tienen la bandera de la independencia, para llenar las lagunas, los huecos, aflorar los fallos de las administraciones.

Que eso es una necesidad lo demuestra el hecho de que la figura del Defensor se ha sectorializado y extendido a muchos campos. Hay defensores del menor, del consumidor, las universidades tienen defensores, defensores del telespectador.

Durante unos años fui consejera del Consejo Audiovisual de Cataluña. El Consejo Audiovisual es una especie de defensor del telespectador. No tiene tampoco capacidad jurisdiccional, no puede penalizar, simplemente recomienda, focaliza aquello que se está haciendo mal o no se está haciendo del todo bien y lo hace público. Gracias a ello, las corporaciones saben que hay alguien que las está mirando y se autorregulan mejor.

Últimamente, a propósito de la crisis económica, se ha reclamado, la necesidad de contar con un defensor del ciudadano frente a los desmanes de las entidades bancarias y financieras. Es decir, allí donde detectamos errores de funcionamiento, allí donde el ciudadano se siente más desprotegido, la idea de pensar en alguien que acuda a protegerlo es absolutamente necesaria.

El Defensor es una figura intermedia entre el sector público y el ciudadano, y al mismo tiempo realiza una función pedagógica. Tenemos una democracia reciente, con poco recorrido. Esa falta de cultura democrática se  nota en el desconocimiento de la ciudadanía con respecto a lo que sus representantes y las instituciones políticas podrían y deberían hacer por ella. El mero hecho de poder plantear una queja, al Defensor o al diputado de turno, y recibir una respuesta amable, empática e inteligible por parte de quien la recibe, proporciona una satisfacción que no debería menospreciarse.

Nos hace falta una labor pedagógica, que el trabajo del Defensor también puede realizar, porque en ese trabajo constante está diciendo que se fija en los más desprotegidos y contribuye con ello a inculcar la conciencia moral de lo que es justo, lo que corresponde a cada persona, por el hecho de ser persona.

Por  lo tanto, solo me queda felicitar a la institución por haber tenido esa iniciativa, y desear que este libro (no digo que lo compren, como suele decirse en las presentaciones, porque me temo que no se puede comprar) tenga la difusión que se merece.


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