04/11/2015

Testimonio de la Defensora del Pueblo que ha visitado el día 21 de octubre con el embajador de España en Jordania y Carmen Comas-Mata (Institución Defensor del Pueblo) el campo de refugiados de Zaatari:

A noventa kilómetros de Aman, en el campo levantado para refugiados, Zaatari, viven 79.000 personas, procedentes de Siria.

Jordania ha sido generosa con aquellas personas y familias que han alcanzado el país, tras huir de la guerra. Pero no todos han logrado llegar. En la huida han quedado atrás hijos jóvenes y maridos, y las mujeres con tres, cinco o más hijos se han refugiado en este campo. Sólo un 10% de los llegados a Jordania están en estos momentos en campos de refugiados.

Zaatari es una ciudad levantada a base de caravanas y tiendas de campaña. Abdelrahman, coronel jordano, es el jefe del campo y Hovig, del Comisionado para Refugiados de Naciones Unidas, es el director. Stephen, de Unicef, es coordinador del campo, que se afana por la escolarización de la población infantil en once escuelas, y Médicos del Mundo, entre ellos varios españoles, atienden el hospital donde jóvenes y menos jóvenes tratan de recuperarse de las graves lesiones y huellas del horror que han padecido. Giuseppe, del programa de Naciones Unidas para Mujeres y  Amber, del programa de Naciones Unidas para Alimentos, se ocupan de los talleres para mujeres y  de los supermercados, y María, española de la Fundación Promoción Social de la Cultura se ocupa de entretener a los niños y de la rehabilitación de menores con discapacidad, pero no hay sillas y aparatos ortopédicos para niños en brazos de sus padres. Y España está presente a través de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).

La vida en el campo es muy dura pese a contar con las cosas más básicas. Es una ciudad construida para unos momentos de emergencia porque allí se está más protegido que en la calle pero no es ciudad para una vida. Ahora, la llegada del invierno preocupa a todos: pueden faltar alimentos, medicinas y ropa. El gobierno jordano proporciona la seguridad, el agua, la electricidad, las escuelas y el hospital pero no puede devolver a los sirios ni su ciudad ni su trabajo ni su familia.

Zaatari es una obra humanitaria admirable pero produce desolación el pensar en el futuro próximo de  sus habitantes. ¿Qué va a ser de todas aquellas familias en un país que ya ha recibido a más de 1.400.000 refugiados desde 2011, muchos de los cuales han vendido sus propiedades y sus tierras para el viaje? ¿Podrán regresar alguna vez a su país de origen?

Los jordanos ni protestan ni se manifiestan por la llegada de los refugiados pero piden ayuda no sólo para mantener los campos de refugiados sino para las crecientes necesidades de una población que tiene que compartir escuelas, maestros, hospitales, suministros de agua, electricidad y un sinfín de equipamientos además de puestos de trabajo. El Defensor del Pueblo de Jordania se pregunta qué va a suceder a partir del 2016 cuando no puedan cubrir el incremento de los costes que  el aumento de población supone.

Todos, en el campo de refugiados de Zaatari, suplican que pare la guerra porque el final tiene que ser poder regresar.

Consideración:

La mayoría de los países de la U.E también están dando muestras de generosidad, entre ellos España. Pero como la raíz del problema está allí, y la imprescindible acogida de quienes huyen no puede ser solución para millones de personas, no quedará más remedio que influir en alcanzar los acuerdos mínimos con el país origen de esta crisis migratoria.

La política exterior de la U.E. puede ser un instrumento de mediación y de presión, si fuera necesario, ante quienes tienen capacidad para lograr un acuerdo. Sólo la paz detendrá la sangría humana a la que asistimos, no impasibles, pero conscientes de que nuestro humanitarismo, en este caso, no es el final.


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