09/05/2016

Fernando Álvarez de Miranda y Torres nació en Santander el 14 de enero de 1924 y fue elegido Defensor del Pueblo por las Cortes Generales en 1994, tras una larga trayectoria en defensa de los derechos humanos.

Licenciado en Derecho, fundó en 1954 y fue el primer Secretario General de la Asociación Española de Cooperación Europea, una de las organizaciones pioneras del europeísmo en nuestro país. En el año 1962 acudió al Congreso del Movimiento Europeo (lo que en la España de entonces se conoció como el Contubernio de Munich), siendo por ello deportado a su regreso por el régimen de Franco a la isla de Fuerteventura. En el año 1964 fue nombrado miembro del Consejo Privado del Conde de Barcelona.

Álvarez de Miranda concurrió en 1977 a las primeras elecciones democráticas y resultó elegido diputado por Palencia, como integrante de la Unión de Centro Democrático, siendo además el primer Presidente del Congreso de los Diputados entre los años 1977 y 1979.  Su firma es una de las cinco que figura en el texto de la Constitución, texto que él mismo definió como “páginas de reconciliación y convivencia”.

Tras la disolución de UCD en 1985, fue nombrado Embajador en El Salvador, donde vivió el asesinato alevoso por el ejército salvadoreño de los sacerdotes jesuitas españoles, Ignacio Ellacuría y sus compañeros de la Universidad Católica Centroamericana, y participó activamente en las negociaciones de paz entre el Gobierno salvadoreño y la guerrilla del FMLN. A su vuelta a España, en 1990 fue designado miembro electivo del Consejo de Estado.

Fernando Álvarez de Miranda desempeñó el cargo de Defensor del Pueblo entre 1994 y 1999. A su llegada a la Institución mostró inmediatamente al que pronto convirtió en su equipo los rasgos principales de su carácter: su caballerosidad, su fina ironía, su bonhomía y la exquisitez de su trato.

Trabajador infatigable, por su mesa de despacho pasaron miles de quejas, a las que prestó una pormenorizada atención, discutiendo apasionadamente con sus colaboradores el tratamiento dado a los escritos. Y es que era un hombre apasionado del Derecho y  convencido de su capacidad para mejorar la vida de todos.

Su vocación y su talante, tan europeísta como iberoamericano, se reflejaron en iniciativas como el fortalecimiento de los vínculos con la red europea de Defensores del Pueblo o la fundación de la Federación Iberoamericana de Defensores (FIO), de la que fue uno de sus principales impulsores.

Cada uno de los Defensores aporta a esta Institución un bagaje que va conformándola y permitiéndole adaptarse a cada tiempo. Con la marcha de Fernando Álvarez de Miranda, el Defensor del Pueblo pierde uno de sus referentes, un modelo de compromiso en lo humano y en lo político, pero continúa sintiéndose depositaria de una parte de su legado.

Él mismo expuso parte de su dilatada trayectoria en diversas obras: La España que soñé: recuerdos de un hombre de consenso, Al servicio de la democracia, Del ‘contubernio’ al consenso, y en otras publicaciones, artículos y libros. Vale la pena acercarse a ellos para descubrir a un hombre cabal que prestigió a esta Institución y desde la que continuó su dilatado y honroso servicio a sus conciudadanos. Un servicio al que dedicó toda su vida.


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